A lo largo de mis viajes por el mundo dando charlas y presentaciones, he observado algo que trasciende las barreras del idioma. No importa si estoy en Estados Unidos, Inglaterra, España, Suecia o Singapur: cuando subo al escenario con un perro, la audiencia comprende de inmediato y reacciona de la misma manera. Se conectan instantáneamente con el perro, sin necesidad de lecciones de idiomas. Del mismo modo, cuando integro un perro de otro país en mi manada, la comunicación fluye de inmediato y de la misma manera, sin importar de dónde provengan los perros.
Es cierto que los perros no hablan con palabras, pero se comunican entre sí todo el tiempo a través de su energía, olor y lenguaje corporal. Ellos se entienden instintivamente, sin necesidad de traducción.
La Comunicación Humana
En cambio, los humanos hemos desarrollado lenguajes para comunicarnos y, al hacerlo, hemos perdido esta capacidad innata de comunicación directa. Si colocamos a una persona que habla inglés en Japón o a alguien que habla holandés en México, se sentirían completamente perdidos.
Curiosamente, cuando dos personas que no hablan el mismo idioma se encuentran, terminan comunicándose de manera similar a como lo hacen los perros, a través del lenguaje corporal y los gestos. Sin embargo, aún así intelectualizamos el proceso. Si necesitas preguntar por direcciones hacia el restaurante más cercano, probablemente mimes leer un menú y luego comer para transmitir tu punto.
La Comunicación Canina
Si alguna vez has visto a un perro reclamar un juguete frente a otro, sabrás que son mucho más directos. El perro puede bajar la cabeza y el pecho sobre el juguete, reclamando el espacio a su alrededor. También puede gruñir bajo o mostrar los dientes. No hay nada intelectual o abstracto en ello, pero el mensaje se transmite alto y claro: "Esto es mío". Los perros se comunican de manera directa y honesta.
La Doble Cara del Lenguaje Humano
Para los humanos, esta maravillosa capacidad que tenemos para el lenguaje también puede ser nuestra perdición. Cuando intelectualizamos y emocionalizamos nuestra comunicación, podemos alejarnos fácilmente de esa franqueza y honestidad. Podemos preocuparnos por lo que piense la otra persona de nosotros, o podemos cuestionar sus motivos. También podemos hacer algo que los perros no pueden hacer: mentirnos mutuamente.
La única barrera lingüística es nuestra creencia de que el idioma puede ser una barrera; que no podemos comunicarnos porque no hablamos el mismo idioma. La lección que podemos aprender de los perros es esta: ellos son iguales sin importar de dónde vengan o qué raza sean, y lo mismo nos sucede a nosotros. Todos queremos las mismas cosas, incluso si las llamamos con diferentes palabras.
Una vez que superamos la falsa barrera de las diferencias lingüísticas, podemos empezar a comunicarnos de manera verdadera y directa, y aprender a tratarnos mutuamente con confianza y respeto, o como dirían en Finlandia: "Luottamus ja kunnioitus".